La Médium

RELATO CORTO LA MÉDIUM

LA MÉDIUM

Eran las tres y cuarenta y cinco de la tarde. Sara estaba abriendo la puerta de su despacho. Tenía un cliente nuevo a las cuatro y debía ponerlo todo a punto.

Mientras iba preparando la estancia recordó la llamada del joven. Le había pedido conectar con su padre recientemente fallecido que, además del inmenso dolor por la pérdida, su madre se había quedado sin recursos económicos… No le había hechos más preguntas, tal vez porque la situación que ella hacía años tuvo que vivir, se parecía mucho.

Hacía treinta años tuvo la suerte de conocer a un hombre. Un hombre maravilloso, que además gracias a su trabajo, (era un prestigioso locutor), tenía una inmejorable economía. Solo tenía un pero: estaba casado y por el momento no se sentía preparado para divorciarse de su mujer.

A pesar de todo fueron a vivir juntos. Con su mujer llevaban vidas separadas desde ya hacía bastante tiempo. Todo iba perfecto. Ella estaba segura de que pronto tendría las fuerzas para abordar el divorcio. Incluso le había hecho dejar su empleo de cajera en una tienda.

Desde hacía cinco años llevaban una vida perfecta, con desahogo económico y sin privarse de nada. En ocasiones se llegaba a sentir como en un sueño…

Una madrugada sonó el teléfono. Era la hora que terminaba la emisión, le extrañó, pero lo cogió rápidamente pensando que la llamaba por algo… Pero, no era él. Era la Guardia Civil de Tráfico que le informaba del lamentable accidente en el que su compañero había perdido la vida…

RELATO CORTO LA MÉDIUM
RELATO CORTO LA MÉDIUM ©MONTSERRAT VALLS GINER Y ©JUAN GENOVÉS TIMONER.

Después de varios días de desesperación le tocó enfrentarse a otra dura realidad. No tenía dinero ni podía acceder a las cuentas de su compañero, ya que los posibles herederos las habían bloqueado avisando a los bancos de su fallecimiento. Tampoco tuvo ningún éxito tratando de pedir la pensión de viudedad. Ya se la habían otorgado a su esposa.

Poco tiempo después tuvo que dejar la casa y no tenía nada… viviría con una prima, –sus padres vivían en otro país y la verdad es que ella tampoco les había ayudado durante esta etapa de opulencia­­– buscaría trabajo y comenzaría de nuevo.

No resultó tan fácil encontrar algo que le permitiera alquilar un piso y vivir con un cierto nivel. Finalmente decidió que montaría un despacho como médium. No tenía ni idea de ello, pero una amiga, que se dedicaba, le había explicado que con un poco de habilidad y algunos trucos, las personas se sugestionaban fácilmente y se les podía sacar bastante dinero.

Invirtió lo poco que tenía en alquilar un despacho, lo decoró en plan esotérico y como le había enseñado su amiga, preparó algunos dispositivos que podía activar con un mando que emitían sonidos lúgubres… Se debían poner muy bajito, le había dicho, de esta manera los clientes los percibirían como susurros de ultratumba.

Preparó algunos guiones para soltarlos a los clientes de manera apropiada y conseguir que gastaran lo máximo posible. Era otra época, en el año 1993 la gente era aún muy aficionada al ocultismo y le funcionó muy bien casi desde el primer momento.

La mayoría de los clientes querían contactar con un familiar recientemente fallecido. Ella hacía un cierto teatro simulando entrar en trance y al cabo de unos minutos, disimuladamente pulsaba un mando escondido bajo la mesa y empezaban a oírse ciertos ruidos como de pies arrastrándose con dificultad.

Acto seguido unos pequeñísimos sopladores, que ponía en marcha con un pedal diminuto oculto en una pata de la mesa, hacían mover de manera notable la llama de las velas que profusamente estaban distribuidas sobre la mesa…

Con los años lo fue perfeccionado y en lugar de un mando, los sonidos se activaban con su voz al decir determinadas palabras…

Entonces ella decía con voz profunda y extraña: “¿Eres tú, y mencionaba el nombre que le habían indicado…?”

No obtenía respuesta e insistía: “¿Eres tú, y mencionaba el nombre que le habían indicado…?” “Si no puedes hablar da tres golpes” Entonces sonaban tres golpes muy amortiguados como si salieran desde el interior de una tumba… En aquel momento el rostro del consultante ya estaba blanquecino, asustado y profundamente convencido de que su pariente había acudido a la cita…

De repente ella simulaba unos espasmos y febrilmente gritaba: “¡No, no…! ¡No es por ahí… sigue la luz…!” De nuevos sonaban tres golpes, al cabo de un momento sonaban otros tres más… Entonces ella simulaba unos espasmos más y finalmente con aire fatigado y respirando con dificultad salía de su “trance…”

Generalmente esperaba unos segundos y el cliente con cara visiblemente impresionada preguntaba: ¿Qué pasa? ¿Le ha pasado algo a mi pariente…?

Madame Sara —que así se hacía llamar— le respondía… “No. No le pasa nada. Está en un plano intermedio desde el que no se puede comunicar, pero he percibido que está bien y está buscando la luz. Debe haberle quedado algo por resolver en esta vida y eso hace que en ocasiones se encuentren atrapados entre dos mundos. Pero he tenido ocasión de percibir el amor que siente por usted”

El cliente solía preguntar: ¿Qué se puede hacer?

A lo que ella respondía: “Si se desea que encuentre la paz hay que guiarlo a la luz con algunos rituales, el problema es que cuando han quedado atrapados entre dos planos, en ocasiones tardan años en poderse comunicar con nosotros.”

El 90% pagaban el precio que les pedía por hacer el ritual y no volvían nunca más… Además, solían recomendar sus servicios si alguien les preguntaba.

Justo entonces el timbre de la puerta la sacó de sus elucubraciones. Se dirigió a abrir.

—Buenas tardes, ¿Es usted Manuel? —preguntó solícita.

—Sí, soy yo madame Sara. —respondió.

—Siéntese, por favor.

Al cabo de unos minutos, comenzó la sesión con su aprendido guion, menos de media hora después, después de unos cuantos estertores, salió de su “trance”

Manuel tenía en su cara expresión de sorpresa, que ella asimiló que como de costumbre era debida a la impresión del “fantasmagórico contacto”, pero Manuel simplemente preguntó: ¿Y…?

Ella igualmente soltó la explicación de los planos y de la luz esperando el encargo del ritual, pero esta vez le sorprendió la respuesta…

—Antes de hacer ningún ritual, me gustaría intentar una nueva sesión. Estoy casi seguro de que a mi padre no le quedaba nada en este mundo pendiente de resolver. Posiblemente en una nueva sesión conseguiremos contactar con él. ¿Para cuándo le parece que podemos quedar? —preguntó Manuel, mientras depositaba sobre la mesa el importe de la visita, que le había dicho cuando la llamó, para concertar la cita.

Sara, con expresión amable, abrió su agenda y busco una hora para la nueva cita. Se la dio para pasados siete días. —Eso sí, —añadió— En mi experiencia no puedo garantizarle que los resultados que obtenga sean sensiblemente diferentes a los de hoy.

—Estoy convencido de que si lo serán…

—Ojalá —le respondió mientras le acompañaba a la puerta.

Cuando salió, ella pensó: “este es aún más rentable. Además del ritual que seguro pedirá, habrá gastado dos visitas”.

Mientras tanto, en la calle Manuel…, bueno en realidad el hombre se llamaba Pedro, sonrió. Había logrado lo que se proponía.

Hacía un año, cuando su padre murió, su madre visitó a esta falsaria, que le sacó un montón de dinero dejándola en una situación económica nefasta. Por suerte, él que era especialista de efectos especiales en el cine, se ganaba la vida bastante bien y la pudo ayudar. No le quiso decir nada porque lo qué si era cierto, es que ella se sintió mejor, pensando que había ayudado a su marido a encontrar la luz…

Pero él había decidido investigar. Un día pasó por la escalera de madame Sara y llamó a otro piso, cuando le preguntaron que quería, dijo que era correo comercial y como, erróneamente, hace la mayoría de la gente le abrieron la puerta. Miró los buzones y averiguó el apellido de Sara —que no se había tomado la molestia ni de cambiar su nombre— y gracias a amigos dentro de la televisión, al cabo de un tiempo fue conocedor de la relación que esta tuvo con un locutor. Esto le permitió disponer de grabaciones con la voz de éste, con las que prepararía su venganza.

Para ello necesitaba saber que efectos especiales de luz y sonido usaba madame Sara, para sugestionar a sus víctimas.

Ahora ya lo sabía. El sistema utilizado, aunque suficiente para impresionar a personas con estados emocionales desequilibrados por alguna pérdida, era en realidad bastante simple y burdo. Le había bastado colocar un reproductor de sonidos, que se activaba con su voz y en función de la frase hacía unos determinados sonidos…

Por ejemplo, cuando preguntaba dos veces seguidas ¿Eres tú…?, sonaban tres golpes… Cuando decía ¡No, no…! Sonaba tres golpes y un instante después tres golpes más. En cuanto a los soplillos instalados debajo del tapete de ganchillo de su mesa, los activaba apretando con el pie un diminuto pedal situado en la pata de la mesa que quedaba a su derecha. Todo muy simple pero eficaz para impresionar a mentes perturbadas por el dolor y necesitadas de sanar su herida.

Le iba a pagar con su misma moneda. Prepararía con inteligencia artificial un mensaje con la voz del locutor, levemente distorsionada para dar una sensación de ultratumba. Lo instalaría en un reproductor de sonido que se activaría cuándo él preguntase “¿Cree que vendrá…?

Aunque no hacía frío, se pondría una chaqueta que colgaría en el perchero que había justo al lado del mueble desde el que procedían los supuestos ruidos de ultratumba y disfrutaría viendo la reacción de la timadora cuando oyera la voz de su marido…

Llegó el esperado día para la nueva visita y como esperaba Pedro, la mujer, siguió exactamente el mismo esquema…

En el momento que madame Sara preguntó “Eres tú, Marcial” —ese era el nombre ficticio que había elegido Pedro para su padre— sin dejarle tiempo a realizar la segunda invocación Pedro preguntó “¿Cree que vendrá…?”

De golpe una voz de ultratumba que, con voz ululante prolongaba cada palabra, llenó la estancia: ¡No, Manuel! No vendrá. Sara es una estafadora… Nunca se ha preocupado por nadie. Ni siquiera me amó a mí. Solo estaba encandilada por mi dinero… Cuando me di cuenta estaba tan obsesionado que me distraje y por eso tuve el accidente…

Madame Sara, absolutamente desencajada, trataba balbuceando de pronunciar el nombre del que fue su compañero… se levantó de su silla, como si un resorte la hubiera empujado. Su rostro estaba blanco, casi mortecino. Ya no prestaba atención ni a “Manuel” ni a su mesa de trabajo… El horror se reflejaba en su pálida faz… Justo entonces, Pedro, presionó un pequeño fuelle que llevaba escondido bajo la manga de su brazo izquierdo y una ráfaga de viento apagó un par de velas…

Un descomunal alarido de Sara, precedió al desmayo que dio con su cuerpo en el suelo. Sin preocuparse de ello, Pedro, recogió su chaqueta, dejó sobre la mesa el importe de la visita, y se marchó…

Esperaba que cuando recobrara el conocimiento y encontrara el dinero, pensara que él se había marchado también asustado por lo acontecido, lo cual le aumentaría a ella todavía más, si cabe, el terror de la experiencia vivida.

Pedro iba mirando cada día la sección de anuncios en los periódicos, dónde nunca más aparecieron los anuncios de madame Sara, tampoco existía ya su web en Internet. Pasados unos meses, supo que su venganza había sido eficaz y definitiva.

Aquel mismo día, Sara, había muerto de un infarto.

Los anuncios, es lógico, al dejar de pagar desaparecieron, pero y ¿la web? ¿Quién la hizo desaparecer…? ¿Tal vez el locutor fallecido…? Nunca lo sabremos.

La Médium – Serie Relatos Cortos – Copyright ©Montserrat Valls y ©Juan Genovés

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