Falsas Expectativas

RELATO CORTO FALSAS EXPECTATIVAS

FALSAS EXPECTATIVAS

Pedro, sentado en el mármol de la entrada de un local cerrado, miró a su alrededor y vio otros muchos locales, también cerrados con otras tantas personas que, como él, usaban este limitado espacio entre la acera y la desvencijada puerta enrollable como habitáculo.

Todos esperaban infructuosamente que alguien les diera cualquier cosa para comer o algo de dinero que les permitiera mal vivir… ¿Vivir? Eso no era vida, pensó Pedro.

Se miró a sí mismo, haraposo, mugriento y en los huesos. Su único consuelo era que su aspecto no difería demasiado de tantos otros, que como él pertenecían a generaciones a las que se había engañado.

Generaciones a las que se les había hecho creer, que se podía vivir de lujo sin hacer el menor esfuerzo.

La realidad es que es el año 2055 y tiene 55 años. Ya lleva bastante tiempo pasando hambre… para ser exacto desde que sus padres ya no pudieron seguir manteniéndole.

Cuando les llegó la edad de jubilarse, tenían algunos ahorrillos y una pensión que, entre los dos, no era demasiado mala. A medida que el tiempo pasó, había menos gente trabajando y las pensiones cada vez eran más exiguas.

Llegó un momento en que tenían dificultades para llevar una vida un poco digna y ya no le pudieron ayudar…

RELATO CORTO FALSAS EXPECTATIVAS
RELATO CORTO FALSAS EXPECTATIVAS ©MONTSERRAT VALLS GINER Y ©JUAN GENOVÉS TIMONER.

Fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía nada, ni siquiera posibilidades de poder trabajar, puesto que como me decía mi padre, no tenía ni oficio ni beneficio, fui verdaderamente un zoquete. Creí que podía enriquecerme con facilidad, pensé que era más listo que el hambre

La mente de Pedro, casi sin darse cuenta, se desplaza al 2017… “mi madre lloraba y mi padre trataba de hacerme entender que debía estudiar o trabajar. Yo insistí en que no pensaba hacerlo. No estaba dispuesto a que me explotaran, cuando la riqueza estaba llamando a mi puerta.

Mi padre después de intentarlo todo, me dejó por imposible y le dijo a mi madre que no me diera ni un euro. Pero su amor le impidió hacerlo y su ayuda fue nefasta. Todavía estuve más seguro de que había nacido para hacerme rico.

Primero invertí dinero que le saqué a mi madre en el Forex… Fue un desastre absoluto. Luego les conseguí convencer de que me estaba yendo muy bien con las criptomonedas… les hablé tanto de blockchains y de todas estas chorradas que al final me dieron dinero para que invirtiera… les hice perder casi 20.000 €. Luego vino la bolsa y luego la pandemia… y con la pandemia las ayudas y después de la pandemia el salario mínimo vital…

Lo entendí, sin lugar a dudas, como una señal de la providencia. Debía seguir mi camino, mi certeza y vi mi salida en las redes sociales…

Sería un influencer famoso, ganaría un huevo y parte del otro sin pegar un palo al agua, no haría el gilipollas como mis padres que se habían dejado la vida por unos salarios que jamás les permitieron despuntar.

Probé YouTube, Facebook, Twiter –aún tantos años después, “X” sigue sonándome mal–, Instagram, TikTok… me gasté un montón de dinero, –todo lo que el estado medaba, más lo que le sacaba a mi madre, para crear contenidos, pagar publicidad y hacerme famoso…

Muy pocas veces, a pesar de tener bastantes seguidores, alcance un nivel de ganancias, que me permitiera sufragar los gastos, de mantenerme visible en las redes…

Como no hay peor ciego que el que no quiere ver, tardé varios años en entender que nunca conseguiría hacerme rico… Quienes se hacían ricos eran las empresas propietarias de las redes, gracias a gente como yo que les pagaban publicidad y evidentemente a todas las empresas que también erróneamente lo hacían para conseguir presencia en el mercado…

Como es lógico, al final, todo se fue a la mierda y, no solo yo, sino varias generaciones nos quedamos con el culo al aire. Dado que nunca habíamos cotizado, el estado ahora se desentiende de nosotros… nos llaman parásitos, cuando fueron los propios estados los que fomentaron este despropósito…

Necesitaban generaciones sin criterio para que no se enfrentaran al sistema, sacando continuamente leyes y chorradas para distraer al personal y como cada vez tenían más habilidad para manipularnos, les funcionó… Ahora solo unos miles de personas, viven como Dios… el resto somos parias…

Eso sí, como casi ni se puede comer el cambio climático parece que se ha frenado… Lógico si no comemos, tampoco cagamos, por lo cual no producimos ni el metano de nuestra mierda…

El único consuelo es que debido a todo esto la esperanza de vida se ha reducido un montón. De hecho, por suerte, ya estoy muy cerca de la media…

Estoy seguro de que si hablara con cualquier otro opinaría lo mismo que yo.”

Tres locales a su derecha, Juan, otro indigente de 58 años sentado en lo que, en su día, fue la entrada de un buen comercio, para su interior cavilaba.

“Fui un auténtico estúpido haciendo caso a mis padres y sacándome la carrera de ingeniero. A pesar de que era bueno jamás conseguí un salario envidiable. De hecho, incluso cuando trabajaba, pasé estrecheces. No me alcanzó ni siquiera para formar una familia.

Mis padres, venga decirme, estudia, trabaja firme y te labrarás un porvenir. Tendrás una vida mejor que la nuestra…

Luego con la IA, todo se fue a la mierda… Llevo años pasando hambre, encima tantas ayudas que hubo en la época de la pandemia y post pandemia y ahora no dan ni los buenos días. Nos han convertido en escoria.

Si no les hubiera hecho caso y me hubiera dedicado a las redes sociales ahora viviría en la opulencia… Hay gente en ellas que aún están ganando mucho dinero…

Estoy convencido que, si se lo preguntara a cualquier otro de los que estamos en esta situación, pensaría lo mismo.”

Una calle más arriba, Mario de 53 años, sentado en la puerta de “su” local abandonado piensa en lo que le ha conducido hasta ahí…

“Tenía que haber hecho caso a mis padres. Debía haber estudiado una carrera. Pero no, yo era más listo que todos y quería ganar dinero para emanciparme y poder formar una familia…

Hice un curso de FP de mecánico de coches y pensé que tal vez llegara a tener un taller propio. ¡Qué va! Vino la pandemia, vino el cambio climático, vino el coche eléctrico y al final todos los fabricantes de coches se fueron al garete… y, naturalmente, yo detrás de ellos…

Ya ves, años pasando hambre… Si hubiera estudiado una carrera, si hubiera sido ingeniero, habría podido reinventarme y ahora estaría diseñando nuevos robots…”

Tumbado en un banco de la avenida de mano izquierda, Leonardo, de 57 años se lamenta mentalmente de su mala suerte.

“¿Quién me mandaría a mí ser escritor? Para que puñetas tuve la mala suerte de ganar un premio literario y a partir de allí que empezaran a publicar, con cierto éxito, mis obras…

Con todas las porquerías que los editores llegaron a publicar, al final, ya nadie leía nada y las editoriales quebraron y yo me quedé sin mi fuente de ingreso y si haberme preparado para nada más y ya ves, ni siquiera he conseguido encontrar un portal de local cerrado donde alojarme…

Mis padres me advirtieron… Debiera haberles hecho caso y hacer una FP, es lo que está más buscado. Encima la falta de empresas ha hecho inviables las ayudas que daban después de la pandemia y que ayudaron a tanta gente.”

Un poco más abajo en su correspondiente portal, un filósofo enloquecido asevera: “La culpa es del cha, cha, cha…”

En su lujosa mansión uno de los ricos privilegiados cavila sobre el momento… “Nos equivocamos. No escuchamos a nuestros padres cuando nos decían, que no era necesario ser demasiado ambiciosos. Pensábamos que no aprovechaban la oportunidad que tenían…

Para obtener lo que creíamos que eran mejores resultados empezamos a financiar a políticos ambiciosos. Resultaba sencillo… Financiando sus campañas y enseñándoles cómo controlar los medios de comunicación, era sencillo que llegaran al poder y que hicieran lo que nosotros queríamos…

Pero era tanta su ambición y tan poca su inteligencia que dejaron que una serie de cosas se desmadraran… redes sociales, IA, guerras de poder y lo que fuera con tal de ostentar el poder y ganar dinero… para ello buscaban incluso captar naciones para adherirlas a su bloque y ganar de este modo más poder.

Los políticos territoriales, comenzar a buscar mayor protagonismo, no por el bien del pueblo, simplemente para manejar el dinero y el cotarro… lo intentaban de cualquier manera, aunque supusiera que parte de la población se empobreciera…

Después cuando todo estaba ya hecho un desastre llegó la pandemia y como los políticos –de todo el mundo– cada vez eran más ineptos, echaron mano de la solución más sencilla… imprimir dinero. Luego para enmendarlo se metieron en guerras estériles que suponían que los fabricantes de armas les pasaran jugosas comisiones…

Y lo peor, nosotros no fuimos capaces de parar la situación. Mejor dicho, estábamos tan enfrascados en amasar fortuna, que no nos dimos ni cuenta.

Fuimos los culpables de cargarnos a la gallina de los huevos de oro. Ahora, estamos en una situación en la que ya no queda dinero que amasar. Una gran parte de la población no tiene trabajo y es improductiva… Y no sabemos encontrar la manera de dar la vuelta a la situación. Si esto sigue así, más pronto que tarde nos tocará también a nosotros, buscar el umbral de algún local cerrado como habitáculo…”

Falsas Expectativas – Serie Relatos Cortos – Copyright ©Montserrat Valls y ©Juan Genovés

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