Final con Analepsis y Prolepsis

RELATO CORTO FINAL CON ANALEPSIS Y PROLEPSIS

FINAL CON ANALEPSIS Y PROLEPSIS

Julio tenía ya muchos años, tal vez incluso demasiados, pero a pesar de ello, aparentaba muchos menos y continuaba valiéndose perfectamente por sí mismo.

Estaba durmiendo plácidamente cuando repentinamente despertó. Miró el despertador y vio que aún no eran las cinco de la mañana y maquinalmente los entornó de nuevo tratando de conciliar el sueño.

Se preguntó porque se habría despertado, ya que habitualmente solía levantarse sobre las ocho de la mañana que era la hora en que habitualmente su esposa Lisi y él se levantaban.

Entonces se dio cuenta que durante el sueño había rememorado el día en que conoció, ya hacia 60 años a Lisi.

Pensó, “que curiosa analepsis” y no pudo evitar sonreír al pensar que teniendo un idioma tan rico como el que tenemos la gente suela referirse a la evocación de escenas del pasado por medio del horrible anglicismo “flashback” y se puso de lado para volver a dormir.

Sin darse cuenta, esta vez estando despierto, su mente nuevamente recreó la escena en que había conocido a Lisi. Retrocedió hasta 1963. Era el día 6 de febrero, él cumplía los 42 años y, precisamente en su cumpleaños, necesitaba hacer un documento notarial.

FINAL CON ANALEPSIS Y PROLEPSIS
FINAL CON ANALEPSIS Y PROLEPSIS. IMAGEN: ©MABEL AMBER EN PIXABAY

Se había dirigido de mala gana a la notaría que tenía cerca de su empresa y que casi se había convertido en “su notaría de cabecera”. Llamó a la puerta y esperó a que le abriera Gertrudis, una mujer mayor bastante eficiente pero perennemente malcarada.

Al abrirse la puerta su sorpresa fue mayúscula. Unos penetrantes ojos verde oscuro, flanqueaban una bella y algo respingona nariz, todo enmarcado por una sonrisa embelesadora, cubriendo el hermoso rostro de una joven desconocida.

Algo embobado por la visión, no puedo evitar que su mirada recorriera sin apenas disimulo el cuerpo de la muchacha de largas piernas que, con un cierto rubor, aunque sin apagar su sonrisa, dijo: —¿Es usted el Sr. Fábregas? —y sin darle tiempo a responder añadió —Pase por favor, el notario enseguida le atenderá.

—Gracias, ¿señorita…? —acertó a balbucir, tratando de averiguar el nombre de aquella deslumbrante mujer.

—Elisabeth, aunque mis amigos me llaman Lisi. —respondió ya completamente recompuesta y con desparpajo.

—Espero poder llamarte Lisi. Por cierto, puedes llamarme Julio y, naturalmente, háblame de tú. —agregó recuperando su seguridad, pero sorprendido por la enorme química que había percibido con ella.

—Así lo haré Julio. Gracias. —sonrió Lisi, mientras le acompañaba a la sala de espera.

Julio se sentó en uno de los ya algo desvencijados sillones mientras observaba las mareantes curvas que tenía el cuerpo de la joven viéndola por la espalda.

No pudo evitar pensar las fallidas relaciones anteriores que había tenido y que le habían llevado a estar seguro de no formar una nueva pareja y vivir solo aventuras y disfrutar de buen sexo. Notó que esta pensada decisión se estaba resquebrajando.

Era un absurdo, la muchacha era bastante más joven que él. Simplemente había sido muy simpática, pero eso no suponía que sintiera algo parecido a lo que, en este momento, estaba él sintiendo.

La voz del notario, le sacó de su ensimismamiento.

—Buenos días Julio, acompáñame al despacho. Veamos que necesitas.

Un rato después, ya habían quedado de acuerdo en como redactar el documento y de que pasara a firmarlo y recogerlo al día siguiente. Aunque inicialmente a idea de Julio era haberle pedido que se lo hiciera al momento, pensó que eso le daría la oportunidad de ver de otra vez a Lisi.

Al salir, vio que Lisi estaba en el mostrador de recepción ordenando unos documentos y se fue hacia ella diciéndole: —Bueno Lisi, por hoy ya he terminado, pero como mañana he de volver, tendré el placer de verte de nuevo.

—Gracias Julio. El placer será mío. —respondió algo azorada.

Las horas que quedaban del día y las de la noche, a Julio, se le hicieron eternas. Al día siguiente poco después de que hubieran abierto, Julio, estaba llamando a la puerta de la notaría. Sonreía feliz evocando el angelical rostro de Lisi… sonrisa que se borró como por ensalmo cuando la malcarada faz de Gertrudis le franqueó el paso.

Julio la saludó con corrección intentando disimular su frustración y se dirigió a la sala de espera cuando ella se lo indicó. Ya sentado, notó una enorme desilusión en su interior. Tal vez ya no volvería a ver a Lisi… Sintió una fuerte amargura que hacía que sus ojos se humedecieran. Los entornó, para que no lo notara nadie…

Unos momentos después, Julio aún seguía con los ojos cerrados, cuando de repente se oyeron unos pasos acercándose a la sala de espera… Una voz alegre susurró: —Julio, ¿te has dormido?

—¿Lisi? —respondió Julio —pensaba que no estabas.

—Sí. Estaba preparando unos documentos urgentes y por eso te ha abierto Gertrudis… pero que quede constancia, si hubiera sabido que eras tú, te hubiera abierto yo.

—¿Te apetecería cenar conmigo esta noche? —dijo Julio sorprendiéndose a sí mismo.

—Lo siento Julio, pero no puedo.

Julio puso cara de decepción y con voz queda respondió: —No te preocupes. Lo entiendo perfectamente. Me he extralimitado.

—No te precipites. Te he dicho que no puedo, pero me refería a hoy. Si te va bien cualquier otro día…

—Mañana es miércoles. Es el día de la comunicación. Si te va bien a ti, para mi perfecto. —acertó a responder Julio, con los ojos abiertos como platos.

La cena fue maravillosa, la compañía, aún mucho más grata de lo que hubieran podido imaginar ninguno de los dos.

Lisi le había contado que el día anterior no había podido cenar con él, porque había quedado con el chico con quien estaba saliendo para cortar la relación. Al haberle conocido a él, sintió algo que nunca antes había sentido y aunque no sabía si llegarían a tener una relación, lo que si era seguro es que la que tenía ya no le servía y decidió dejarla.

Comentó que se sintió muy excitada cuando le pediste para ir a cenar. Aunque tuvo dudas, decidió que quería hacer las cosas bien y dejar a su pareja, antes de que cenarais juntos…

Después de la cena, una copa… luego ¿en tu casa o en la mía? El sexo fue brutal, para ambos. De hecho, lo había seguido siendo durante los 60 años que llevaban juntos.

Sí aún que pueda parecer extraño, a pesar de la menor frecuencia que imponía la edad, seguían teniendo buen sexo… Era increíble él con 102 años y ella con 94 seguían disfrutando del sexo…

Julio salió en aquel momento de su vívida rememoración del pasado y sintió una irrefrenable necesidad de acariciar a su mujer que estaba a su izquierda en la cama. Levantó su mano derecha… esa mano envejecida y algo deformada por la artrosis y la acercó a la cara de su esposa… Sin saber el porqué, no pudo evitar pensar que, aunque su vida había sido maravillosa, su recuerdo pudiera estar algo tergiversado…

Justo en aquel instante, su mano, con suavidad para no despertarla, rozó la piel algo apergaminada del rostro de su mujer y notó que estaba fría, muy fría… Trató de despertarla, aunque en su interior sabía que eso ya no sería posible…

Las lágrimas brotaron de sus ojos, mientras intentaba imaginar como sería su vida sin ella… Trató de que su mente creara una prolepsis, una imagen de su futuro… bueno eso que ahora llaman “flashforward”, pero no lo conseguía…

De repente sintió un fuerte pinchazo en el tórax y un intenso dolor en el brazo izquierdo y sonrió, justo antes de que la muerte se lo llevara también a él… Sonrió porque se dio cuenta de que, si la prolepsis había sido cierta, también sin duda lo era la analepsis y con esto, murió feliz.

Final con Analepsis y Prolepsis – Serie Relatos Cortos – Copyright ©Montserrat Valls y ©Juan Genovés

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