El Cuenco

RELATO CORTO EL CUENCO

EL CUENCO

Steve notó que su cuerpo y mente pugnaban por despertar, pero así mismo tenía la percepción de un enorme peso que le impedía moverse.

Finalmente, con esfuerzo, abrió sus ojos. La penumbra de una desconocida estancia le impedía ver con nitidez. Solo bastante rato después, sus ojos ya acostumbrados a la oscuridad, le permitieron observar su cuerpo cargado de cadenas que le mantenían inmóvil sobre el suelo.

Se sentía aturdido. No sabía dónde estaba ni lo que había sucedido. Asustado trató de gritar, pero solo un hilo de voz casi inaudible emergió de sus cuerdas bucales.

Trató de calmarse y pensar con claridad. Tenía de recordar cómo había llegado allí y porque se encontraba atado con cadenas.

El único pensamiento que acudió a su mente fue: ¿de qué mierdas me servirá acordarme? ¡lo único importante es que estoy acabado si alguien no me ayuda!

Pensamientos inconexos acudían a su mente, pero seguían sin aportarle ninguna luz.

Por fin algo coherente cruzó su mente. Tal vez estaba ahí porque alguien de los muchos que por su trabajo había perjudicado a lo largo de la vida, se estaba vengando.

RELATO CORTO EL CUENCO
RELATO CORTO EL CUENCO. ©MONTSE VALLS Y ©JUAN GENOVÉS

Recordó a los cientos de personas que, para enriquecerse él, habían perdido gran parte de su patrimonio. Pensó si lo que había estado haciendo desde hacía muchos años habría sido correcto.

Trató de eximirse de cualquier responsabilidad. Al fin y al cabo, si se quería tener éxito en un negocio no podías detenerte frente a reparos éticos.

De repente un timbre comenzó a sonar molestamente… y entonces, justo entonces fue cuando Steve, de verdad, despertó. Miró a su alrededor estaba en su cómoda cama, al lado de su joven y bella esposa.

Percibió que un sudor frío recorría su cuerpo y sonrió. “menuda pesadilla” pensó. Se levantó raudo de la cama y se fue a duchar. Luego desayunaría y se iría a su empresa para seguir ganado dinero. Sonrió.

Una hora después estaba a punto de entrar en el garaje para subir en su Lamborghini e ir a trabajar… Entonces reparó en una pequeña tienda en la acera en frente de su magnífica casa.

Parecía que vendieran cosas orientales, tal vez de la India o del Tíbet… sin saber muy bien porque, encaminó sus pasos hacia allí.

En la puerta un hombre de rasgos orientales le saludo y acto seguido le dijo: —parece que ha pasado mala noche y que ha tomado conciencia de que no le gusta lo que hace…

Steve, sorprendido a punto estuvo de mandarle a hacer puñetas, pero antes de que lo hiciera, aquel hombre tenía en su mano un cuenco tibetano y lo hizo sonar… Sintió que aquel sonido armonizaba su interior…

La voz del hombre prosiguió: —Si lo hace sonar cada día, muy pronto se sentirá tranquilo y feliz… Entonces ya solo le hará falta cambiar aquellas cosas de su vida que no le gustan para alcanzar la verdadera felicidad…

Steve, por si acaso, compró el cuenco. Total, solo costaba 20,00€… Volvió a su casa y comenzó a hacerlo sonar… Un momento después, su joven y bella esposa estaba a su lado y le preguntaba: –¿Qué es este ruido? ¿Qué estás haciendo?

Mirándola de soslayo y sin dejar de tocar el cuenco, lacónicamente le respondió: —Aun no lo sé, han de pasar unos cuantos días. Y sonrió enigmáticamente.

El Cuenco – Serie Relatos Cortos – Copyright ©Montserrat Valls y ©Juan Genovés

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