El Arrebol

RELATO CORTO EL ARREBOL

EL ARREBOL

Se acercaba el sexto amanecer del 2084, según los cálculos de Adán. Hacía ya bastantes años que no podía calcular la exactitud de los mismos. Además, estaba absolutamente convencido de que su tiempo casi se había terminado.

De hecho, se rompió una pierna y no podía ir a buscar comida y, a su edad, la resistencia a la desnutrición era casi nula. Tenía 102 años. Nació en 1982, dos años antes de la fecha que George Orwell había utilizado en su distópica novela “1984”.

Sonrió, Orwell había acertado en cuanto a la pérdida de libertades y valores, pero no en que solo existiría un gobierno mundial dictatorial y manipulador. En este sentido se había producido todo lo contrario.

Recordó los inicios, todo comenzó con lo que se conoció como cambio climático. El problema según se dijo era la emisión de gases de efecto invernadero. Se fueron cambiando cosas, con demasiada lentitud, pero siempre las pagaban los mismos: el pueblo, que cada vez se empobrecía más.

A partir de la crisis de 2013 comenzaron movimientos de protesta por doquier. Cada vez la población estaba más descontenta. A alguien de los que manejaban los hilos económicos se le ocurrió que para evitar el descontento y frenar el cambio climático, sería necesario que una parte importante de la población desapareciera.

RELATO CORTO EL ARREBOL
RELATO CORTO EL ARREBOL ©MONTSERRAT VALLS GINER Y ©JUAN GENOVÉS TIMONER

No era prudente usar el recurso que se había utilizado secularmente: la guerra, ya que, en un mundo globalizado, acabaría perjudicando a los grandes inversores y eso era absolutamente improcedente.

Para solucionarlo se trabajó en la elaboración de un virus no excesivamente letal, pero antes de provocar la epidemia, era imprescindible tener a punto los antídotos, por si algo se torcía que no llegara a perjudicar a las familias económicamente poderosas.

Entretanto este descontento de la población iba provocando situaciones que algunos líderes políticos aprendieron rápidamente a utilizar para satisfacer sus egos y, como no, sus bolsillos. Comenzaron a aparecer extremismos, nacionalismos y todos los perjudiciales “ismos”, que supieron vender bien a una población vulnerable y por tanto fácilmente manipulable.

Justo cuando la situación en muchos lugares comenzaba ya a ser preocupante, finalmente ya se disponía del antídoto y se pudo lanzar con bastante seguridad el virus. Se cargaron a muchos ancianos, pero los más jóvenes o no se morían, o sus largas estancias hospitalarias dejaban temblando las arcas del erario público.

Cuando se dieron cuenta de que no era tan fácil ni rentable, sacaron con una inaudita rapidez las vacunas en cuestión de semanas, para poder vacunar a la inmensa mayoría de la población de los países ricos. No les habían cuadrado las cuentas, pero por lo menos se había neutralizado el descontento popular.

Poco tiempo después decidieron hacer pequeñas grandes guerras en diversos puntos del planeta, en Ucrania, en muchas zonas de África, en Oriente Medio… Procuraron generar tensiones e inseguridad para, en la medida de lo posible, seguir manteniendo a la población tranquilita. Además, la fabricación de armamento daba unos buenos rendimientos.

Pero entonces surgieron nuevos problemas las ambiciones de muchos políticos, generalmente poco dotados intelectualmente, llevaron al inicio de lo que más tarde sería la desmembración de los países de Europa, para acabar convirtiéndolos en centenares de minúsculos microestados completamente inviables, irrelevantes y sin capacidad de subsistencia.

En medio de todo el caos, surgieron como una posible solución a todos los males, estrategias por medio de la IA, que al cabo de pocos años prácticamente controlaba todo, por lo que el ser humano no podía generar riqueza y por tanto pasaba hambre.

Yo fui uno de los artífices de la IA y, finalmente, sin encomendarme ni a Dios ni al Diablo, añadí una serie de algoritmos en las grandes centrales de control de la IA, que de hecho ya no controlábamos, para que hicieran lo necesario para recuperar el bienestar en el mundo.

Una vez los introduje, al cabo de pocos días la inteligencia artificial estaba eliminando la especie humana a marchas forzadas. Nunca pensé que tan claramente fuéramos nosotros el obstáculo.

Con toda la rapidez de la que fui capaz me refugié en una cabaña, que años atrás me hice construir escondida en medio de la nada. Solo llevé conmigo a un androide que fabriqué sin conectarlo a la IA, para que me ayudara a subsistir cazando y buscando alimentos para sobrevivir.

Pocos meses después, la IA una vez consideró que había eliminado completamente la vida humana, se desconectó, para no gastar energía contaminante y que el planeta pudiera regenerarse. Nunca me localizaron y gracias a ello he llegado a los 102 años. Hace unos días el androide se estropeó y tuve que intentar buscarme los alimentos,

Gracias a ello vi que en las dos décadas que ya no existe la humanidad el planeta vuelve a gozar de una exuberancia y belleza a la que ya no estaba acostumbrado. Algunas especies de animales han evolucionado y parecen estructurarse y comunicarse mucho mejor que antes. Tal vez alguna de ellas será la especie dominante en un futuro.

Hace una semana a la vuelta de una expedición de busca de alimentos al ir a acostarme tropecé con tan mala fortuna que me rompí una pierna. Con mucho esfuerzo conseguí acostarme y ya no me he podido mover.

Noto muy próximo mi final. Tal vez será hoy… no lo sé, pero me siento desfallecer. Estoy mirando por la ventana y veo que el negro de la noche se tiñe de tonos añil, poco después son ultramar oscuro, para pasar luego al violáceo. A continuación, los carmines dan paso al lubricán que despliega con seguridad sus matices rojizos que anuncian la llegada de un nuevo día.

Siento una enorme emoción y una felicidad que me hace rozar el síndrome de Stendhal… Entonces pido, tal vez rezo para que mis ojos no se cierren antes de poder contemplar mi último arrebol vespertino…

Pasan las horas y la llegada de los tonos rojizos, me confirman que he sido escuchado… Comienza el crepúsculo… los rojizos dan paso a los carmines, después a los violáceos, acto seguido los ultramares que sé que darán paso a los añiles, a los que desplazará el gran manto negro de estrellas de la noche…

Cierro mis ojos, sé que ya no los volveré a abrir… Una sonrisa aparece en mis mortecinos labios cuando me doy cuenta que, en parte, he ayudado a salvar este maravilloso mundo… espero sinceramente, que la nueva especie predominante lo haga mejor de lo que lo hicimos nosotr……   ………..

El Arrebol – Serie Relatos Cortos – Copyright ©Montserrat Valls y ©Juan Genovés

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