RELATO CORTO LAVANDA Y JAZMÍN

LAVANDA Y JAZMÍN

El aroma a lavanda y jazmín que antes inundaba el dormitorio de Elena y Daniel ahora parecía un eco distante, una sombra de lo que fue. La cama king-size, antaño escenario de apasionadas noches, se había convertido en un territorio neutral, una franja de tierra de nadie entre dos personas que alguna vez se amaron con locura. El problema no era la falta de amor, al menos no al principio. Era la ausencia de intimidad física, un silencio ensordecedor entre sus cuerpos que resonaba con más fuerza que cualquier discusión.

Habían comenzado como una tormenta perfecta. Elena, una artista bohemia con una risa contagiosa y una mirada que prometía aventuras, y Daniel, un arquitecto metódico con una sonrisa cálida y una mirada profunda que inspiraba confianza. Su atracción había sido instantánea, una chispa que se convirtió en un incendio voraz. Los primeros meses fueron un torbellino de besos apasionados, caricias furtivas, y noches de amor que parecían eternas. Pero lentamente, como la marea que retrocede, la pasión comenzó a disminuir.

LAVANDA Y JAZMÍN
LAVANDA Y JAZMÍN

Al principio, lo atribuyeron al estrés. Daniel estaba inmerso en un proyecto arquitectónico de gran envergadura, y Elena se preparaba para una importante exposición de sus obras. La fatiga, la presión, la falta de tiempo… todas parecían excusas válidas para las noches cada vez más silenciosas, para las caricias que se volvían escasas, para los besos que perdían su intensidad. Se decían que era temporal, que pronto volverían a encender la llama. Pero la llama se fue apagando lentamente, hasta convertirse en una brasa apenas visible.

El silencio incómodo se instaló en su dormitorio. Elena se sentía frustrada, incomprendida. Sus intentos de iniciar el contacto físico eran recibidos con un abrazo tibio, una caricia superficial, un beso rápido en la mejilla. Daniel, por su parte, sentía una creciente culpa y una impotencia abrumadora. No era que no deseara a Elena, pero algo había cambiado en él, una barrera invisible se había interpuesto entre su deseo y su capacidad de expresarlo. La culpa lo carcomía, pero la comunicación entre ellos se había roto.

Intentaron hablar, pero las palabras se atascaban en sus gargantas. El tema de la intimidad física se convertía en un campo minado, en un territorio donde el dolor y la frustración se mezclaban con la tristeza y el miedo. Elena lo acusaba de estar distante, de no quererla, de no amarla como antes. Daniel se defendía, argumentando estrés, cansancio, la presión del trabajo… excusas que él mismo sentía que ya no eran suficientes.

El resentimiento comenzó a crecer, como una mala hierba que se extiende por un jardín descuidado. Elena se sentía rechazada, no solo sexualmente, sino emocionalmente. Sus esfuerzos por reconectar con Daniel eran recibidos con una indiferencia que la hirió profundamente. La distancia entre ellos crecía con cada día que pasaba, alimentándose de la falta de comunicación, de la frustración contenida, del dolor silencioso.

La intimidad se había convertido en un símbolo de su fracaso como pareja. Cada noche que pasaba en silencio, en la fría distancia de sus cuerpos, era una confirmación de que algo se había roto irremediablemente. Las noches se volvieron largas e insoportables, llenas de un vacío que ninguna palabra podía llenar. Elena se refugiaba en su arte, buscando consuelo en los colores y las formas, mientras que Daniel se perdía en su trabajo, buscando una escapatoria en la arquitectura, en la precisión de los planos, en la fría lógica de las estructuras.

Un día, Elena encontró un viejo álbum de fotos. Las imágenes, llenas de sonrisas y abrazos, de momentos de felicidad compartida, le recordaron el amor que alguna vez habían sentido. Pero las imágenes también reflejaban el cambio, la lenta erosión de su intimidad, el creciente vacío entre sus miradas. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, no solo por el dolor de la pérdida, sino por la tristeza de la impotencia. Sabía que su amor se estaba muriendo, lentamente, silenciosamente, sin una gran explosión, sin un drama épico, sino como una vela que se consume hasta apagarse.

La decisión final fue inevitable. Un día, sentados en el sofá, en un silencio que ya no era incómodo, sino un triste reconocimiento de la realidad, decidieron separarse. No hubo reproches, ni gritos, ni escenas dramáticas. Solo un dolor silencioso, un vacío profundo que llenaba el espacio entre ellos. El amor que alguna vez los unió se había esfumado, no con una explosión, sino con un susurro, un suspiro, la lenta y silenciosa extinción de una llama que alguna vez brilló con intensidad. El aroma a lavanda y jazmín ya no era un eco, simplemente se había ido, dejando tras de sí el frío olor a un amor perdido, un amor que se marchitó por la ausencia de una conexión física que alguna vez fue el cimiento de su felicidad.

Lavanda y Jazmín – Serie Relatos Cortos – Copyright ©Montserrat Valls y ©Juan Genovés

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