Fragmento de A lo Largo de la Larga Noche

Fragmento Promocional de A lo Largo de la Larga Noche

LIBRO A LO LARGO DE LA LARGA NOCHE
LIBRO A LO LARGO DE LA LARGA NOCHE – GÉNERO: TERROR

Lee el fragmento de A lo Largo de la Larga Noche, una novela que a través de los relatos que lee Carla, su protagonista, te sumergirá en el terror psicológico.

AUTORES:

Montserrat Valls Giner y Juan Genovés Timoner

CAPÍTULO UNO – NACHO

LIBRO A LO LARGO DE LA LARGA NOCHE
LIBRO A LO LARGO DE LA LARGA NOCHE – GÉNERO: TERROR

El agua  jabonosa, procedente de la larga melena de Carla, se deslizaba con suavidad sobre la tersura de su joven piel. De pronto, aquella melodía que ella misma había elegido, empezó a rechinarle en los oídos; se empezaba cuestionar si aquél aparatito, que según la publicidad había comprado para ser más libre, realmente le hacía sentir así.

Salió refunfuñando de la ducha y se dirigió hacia el móvil, aquel aparatito se había convertido ya en una prolongación de su propio cuerpo. Poniendo en marcha sus mejores artes, contestó con un sensual “diga…”

Al otro lado de la línea habló una voz que le resultaba familiar era Iván Kirkoff, el escultor americano, que había fijado su residencia en Colmenar Viejo. “Hola Carla”, dijo, “¿puedes venir esta noche a casa? Pero eso sí, cuenta que será para toda la noche. Sé que te aviso con muy poco tiempo, pero a cambio, te pagaré lo de siempre”.

De acuerdo Iván, pero no podré llegar antes de las ocho… ¿te va bien?

OK Carla, hasta luego…

Carla colgó el móvil, sin poder evitar esbozar una sonrisa. Cualquiera que hubiera oído la conversación, pensaría que iba a acostarse con él.

Mierda, dijo Carla mirando el suelo encharcado, bueno ya lo recogeré luego, pensó mientras entraba nuevamente en la ducha.

El agua tibia recorriendo su cuerpo volvió a templarla. Aunque corrían ya los primeros días de la primavera, el clima de Madrid estaba aún fresco para andar desnuda y mojada por la casa.

Cuando salga de la ducha, pensó, avisaré a Nacho de que esta noche tengo un “canguro” y que sólo podremos vernos un ratito. Este pensamiento junto al agua tibia surcando su piel, le hizo estremecer recordando las manos de Nacho recorriendo su cuerpo con suavidad. Tal vez esos diez años más que tenía, le daban a Nacho esa habilidad, que le hacía vibrar y que antes ninguna otra relación más próxima en edad, le había aportado.

Salió de la ducha y se secó con suavidad con aquella toalla de ruso, que tenía un tacto tan agradable. Le pareció excitarse por momentos e intentó inmediatamente apartar de su mente aquellos lúbricos pensamientos. Aquella noche, con Nacho, no tendrían tiempo para nada.

Era curioso, parecía ayer cuando se había marchado de casa de sus padres en la parte antigua de Guadalajara, para ir a Madrid a estudiar a la Escuela de Artes Aplicados y Oficios Artísticos, deseaba ser artista, pero ellos no podían costearle los estudios, así que se había liado la manta a la cabeza y cogiendo los cuatro duros que tenía ahorrados, les dijo: “Papá, mamá, no os preocupéis, estoy acostumbrada a trabajar, por tanto allí me buscaré la vida para comer cada día y costearme los estudios”. Y sin encomendarse ni a Dios, ni al Diablo, cogió sus bártulos y se lanzó a la aventura.

Había llegado a Madrid a las 7 de la mañana, en el primer coche de línea, total si surgían problemas, Guadalajara estaba a tiro de piedra. Con su libreta de la Caja y una maleta más cargada de esperanzas e ilusiones que de ropa, se dirigió hacia la Plaza Mayor; le habían hablado de una residencia para estudiantes en la calle de Las Bordadoras. Aunque lo de residencia era un eufemismo, porque aquello era un auténtico cuchitril, pero el precio le convino, con el dinero que tenía podía pasar unos seis meses, aunque no encontrara trabajo. Dejó su maleta en la habitación y se lanzó a la calle.

Parecía increíble la diferencia de Madrid con relación a Guadalajara. Era una ciudad mucho más cosmopolita, con mucho movimiento y total estaba a menos de una hora de camino. Se dirigió al quiosco y compró el periódico, miró las ofertas de trabajo; no le pareció difícil encontrar algo, craso error, al ir a la primera dirección que eligió, se encontró con una cola de más de cincuenta jóvenes, para cubrir una sola plaza de trabajo. Se dio cuenta entonces, que encontrar trabajo no iba a resultar tan sencillo como se lo había planteado, pero bueno, al fin y al cabo disponía de cierto tiempo por delante, no había porque desmoralizarse. Marchó de la cola y decidió darse el día libre, para aclarar sus ideas.

Por la tarde, después de una frugal comida en la residencia, se dirigió a la Escuela de Artes y Oficios, para matricularse. Rellenó los impresos, entregó los papeles que le pidieron y se enteró en qué consistiría la prueba de acceso y que día debía realizarla. Se trataba de hacer un dibujo al carbón, le pareció perfecto, se le daba muy bien el carboncillo y el difumino.

Se dirigió a la calle Jovellanos, sabía que allá había una tienda de material de bellas artes, entró y después de contemplar embelesada todo el gran surtido de productos, pidió un par de pliegos de papel Ingres y una cajita de carboncillos, así practicaría un poco antes de hacer la prueba. Miró su reloj, aún no eran las siete de la tarde y en la residencia no empezaban a servir la cena hasta las nueve, decidió dar una vuelta por la ciudad antes de regresar allá. Iba paseando absorta en sus pensamientos, cuando por azares del destino pasó frente a un local, que le llamó la atención. Era un bar musical, el “Knight”, le pareció oír que sonaba una melodía que le resultaba familiar, “I only want to be with you” y pensó que no estaría mal tomar una copa.

El local tenía una decoración bastante vanguardista, con una larga barra donde dos jóvenes muchachas muy atractivas, ataviadas con un body granate y una escasísima minifalda, junto con un joven de larga y lacia melena, servían bebidas a la clientela, entre el estrépito de los excesivos decibelios de la música de fondo. Había bastante gente, Carla como pudo, se abrió un hueco en la barra y pidió un Bacardí con Coca Cola, la camarera con aire displicente, puso delante de ella un vaso largo con cuatro cubitos de hielo y con habilidad sirvió el Bacardí, desde cierta altura, mientras con su cuerpo seguía el ritmo endiablado de la música, echó entonces un poco de Coca Cola y sin mediar palabra dejó la botella junto al vaso, se dirigió a la caja registradora, marcó un importe, cogió el ticket lo puso en un platito y lo dejó frente a Carla, al tiempo que lacónicamente decía “ochocientas, por favor”. Carla, atónita, puso sobre el mostrador un billete de mil. Habrían pasado unos cinco minutos cuando la camarera le acercó las doscientas de vuelta en un platito.

Carla, se sentía un poco incómoda, no terminaba de encajar en aquel ambiente, sorbió el último trago de su vaso y decidió marcharse; precisamente entonces la voz de un hombre, la retuvo: “Oye, perdona…”, Carla, giró su cara, era un hombre alto de unos cuarenta y tantos años. “Dime…” le dijo Carla un tanto cortada. “¿Te interesaría trabajar aquí?”, le preguntó él y siguió a continuación, “me gusta tener mujeres atractivas en la barra de mi local”. Carla, estaba totalmente alucinada, no entendía nada, pero como necesitaba trabajar contestó: “En qué condiciones…”

Lorenzo, así se llamaba el dueño del local, le dijo: “Ven conmigo al despacho, que con menos ruido, te explicaré cómo funciona el trabajo”, dicho esto, encaminó sus pasos hacia el fondo del local, allí, junto al almacén, había un pequeño despacho con una mesa y un par de sillas. Lorenzo le dijo a Carla, que tomara asiento y comenzó así:

“Mira, como te dije, me gusta que en mi local, las chicas sean muy atractivas, por eso me he fijado en ti. Eres bastante alta, tienes unas bonitas piernas y se te adivinan las suficientes curvas, pero lo más importante, tu cara tiene una expresión dulce y estoy harto de que las camareras no sean amables con el público”. “En cuanto a tu trabajo, consistirá en servir las copas que te pidan, cobrar y animar al público siempre que puedas. El horario es desde las diez y media de la noche hasta las tres de la madrugada, pero entre arreglar la barra y limpiar, terminarás alrededor de las cuatro, te pagaré siete mil los días laborables y las vísperas y festivos diez mil. Deberás usar el uniforme de trabajo, que como habrás visto es un body granate y una falda negra lo más exigua posible”. “Si te interesa, puedes empezar el lunes y si te gusta y funcionas bien, a la semana siguiente te daré de alta en la Seguridad Social”, Lorenzo, paró de hablar dio una calada a su cigarrillo y como quien no quiere preguntó: “¿Por cierto, cómo te llamas?”.

Carla, estaba boquiabierta, no podía creer que la fortuna le sonriera de manera tan espectacular, estaba tan absolutamente sorprendida, que solo acertó a decir: “Me llamo Carla y me interesa, pero jamás he servido una copa…”

“Por eso no te preocupes”, respondió Lorenzo, “en pocos días, serás toda una experta. Lo que sí que te recomiendo, es que una vez estés segura de que te gusta trabajar aquí, te compres algún vehículo. Un ciclomotor es ideal, porque cuando termines no encontrarás transporte. Si te decides, te haré un préstamo para que lo compres…”

Dicho esto, Lorenzo se levantó y dirigiéndose a la puerta del despacho, inquirió: “Así, ¿te espero el lunes?”

Carla, le respondió afirmativamente, mientras completamente sorprendida se dirigía a la puerta. “Hasta el lunes”, balbuceó.

Se sentía absolutamente feliz y asombrada, la fecha de la prueba de acceso también era para aquel lunes, parecía talmente que los elementos se hubieran confabulado a su favor, para que aquel próximo lunes pasara a ser el primer día del resto de su vida.

Pasaron los días, hacía ya cuatro meses que había superado la prueba de acceso, se encontraba ya estudiando y como no, trabajando en Knight y se movía por Madrid en ciclomotor. Había descubierto una nueva filosofía de vida, un mundo distinto, mucho más alegre y lúdico, de lo que jamás hubiera podido soñar. Entre lo que le pagaba Lorenzo y las propinas, ganaba un montón de dinero y lo que era más importante, se había ganado las simpatías y el afecto de la mayor parte de clientes y encima, se sentía atractiva y deseada como nunca. No llegaba a entender, que con la cantidad de chicas atractivas y dispuestas a ligar, que iban a Knight, los clientes se quedaran embobados, con los codos apoyados en la barra, pendientes de una sonrisa o una palabra de ella. Y claro está, como una cosa siempre lleva a otra, empezaron las invitaciones a tomar una copa cuando terminara de trabajar, en algunos de los locales que quedaban abiertos. Comenzaron, como no, las experiencias sexuales, generalmente poco gratificantes y aparejado a todo ello el consumo de estimulantes, para soportar el ritmo.

Al cabo de tres meses más, aquel mundo mágico, se había desvanecido. Carla, se sentía hastiada y hundida en un círculo vicioso del que no podía salir y aunque seguía sintiéndose admirada y deseada, cuando se miraba en el espejo, no era capaz de reconocerse. El brillo de sus ojos había desaparecido, al igual que su alegría de vivir y sus ilusiones. Ya no tenía interés alguno en el arte y lo que es peor, tampoco lo tenía por su propia existencia.

Fue entonces, justo entonces, cuando apareció él. Entró en Knight hierático y distante, se dirigió al extremo de la barra y sin prestarle la mínima atención a Carla, se sentó en un taburete totalmente absorto en sus pensamientos. Carla se acercó y le dijo solicita: “¿qué quieres tomar?”. Él con frialdad respondió: “Ponme un San Francisco”.

Carla se extrañó, casi nadie pedía bebidas sin alcohol. Se dirigió al botellero y sacó zumos de pera, melocotón y naranja,  para preparar el combinado. Decoró el borde de la copa con granadina y azúcar, agitó la mezcla y lo sirvió. Le llevó la copa y el ticket y se lo puso delante, al tiempo que decía: “Espero que esté a tu gusto”, intentando entablar conversación. Él respondió cortante: “Seguro que sí. Gracias” y desvió su mirada hacia el periódico que había desplegado sobre la barra.

Hojeó el periódico unos diez minutos, mientras Carla, no podía cesar de mirarle furtivamente. De repente, cerró el periódico, lo dobló cuidadosamente, bebió en un par sorbos el contenido de la copa, puso un billete de mil encima del ticket y sin mediar palabra se marchó.

Carla, tal vez por lo distinto de su comportamiento, se sintió impactada por él, no pudo arrancarlo de su pensamiento en toda la noche y aunque como cada día la invitaron a tomar algo, declinó la invitación y cuando acabó de trabajar se fue directamente a la residencia.

Esta misma escena, se fue repitiendo durante varios días, siempre justo a la misma hora. Cuando las manecillas del reloj estaban rozando las doce de la noche, el corazón de Carla, empezaba a acelerarse y sin saber porque miraba intranquila hacia la puerta de entrada. A las doce en punto, como cada noche, él cruzó el umbral y se dirigió como siempre al final de la barra, Carla, puso en sus labios la mejor de sus sonrisas y se dirigió hacia allá. “Buenas noches”, dijo con voz aterciopelada. ¿Te pongo lo de siempre? Él como siempre, respondió cortante: “Sí, gracias” y maquinalmente, empezó a desplegar su periódico. Carla ya no podía más y sin poder evitarlo dijo: “Discúlpame, pero hace varios días que te observo y me pareces muy triste. ¿Puedo ayudarte en algo?”.

Él la miró de soslayo y con cierta brusquedad le respondió: “Gracias, pero de momento prefiero seguir en mi gehena particular…” Carla algo molesta y decepcionada, borrando su sonrisa, se dirigió al botellero… A partir de ahí, el resto ya fue como cada día hasta que se fue. Carla, aunque se lo propuso, no podía apartarle de su mente; además quedó intrigada por lo que habría querido decir con lo de su “gehena particular”…

Cuando llegó a casa, lo primero que hizo Carla fue coger el diccionario y buscar aquella palabra. Le costó encontrarla, no la imaginaba con aquella hache intercalada, pero al fin se enteró, gehena era una forma bíblica y antigua de llamar al infierno; no pudo reprimir una sonrisa, aquel muchacho, ya no tan joven, resultaba ser un poco melodramático…

A las doce en punto de la noche del día siguiente, él volvió a cruzar la puerta del Knight, pero no se fue al final de la barra. Se paró frente a Carla y con voz un poco compungida, le dijo: “Perdona, ayer me comporté como un grosero, pero es que estoy pasando un mal momento…” Los ojos de Carla, se iluminaron como antaño y con una sonrisa que surcaba toda su cara dijo: “No te preocupes, nos puede pasar a todos, pero si me lo permites, tal vez pueda ayudarte a salir de tu infierno…”. Él sonrió por primera vez, desde que empezó tiempo atrás a entrar en aquel local, recordaba perfectamente la expresión que había usado el día anterior y le sorprendió que ella le hubiera entendido. “Bueno si te empeñas, porque no, pero luego no te quejes. Por cierto, me llamo Nacho ¿y tú?”, “yo Carla”, respondió ella con una inusual timidez.

A partir de aquel día, Nacho, se quedaba cada vez más tiempo e intentaba situarse cerca de donde estaba Carla, cada vez charlaban más y cada día la sonrisa de ambos era más abierta y sincera. Transcurrieron unos cuantos días hasta que Nacho se atrevió y le preguntó a Carla: “¿Puedo acompañarte cuando termines de trabajar?”, a lo que Carla respondió con una alborozada afirmación, con la que más bien parecía decirle ¿cómo has tardado tanto en pedírmelo?

Llegaron las tres de la madrugada y Knight cerró sus puertas, Nacho se quedó en la calle esperando a Carla, quién pidió a sus compañeras, si aquel día podían hacer la limpieza sin ella. Salió de inmediato y encerró su ciclomotor en el almacén del Knight, prefería ir paseando con Nacho.

Madrid, al lado de Nacho, le pareció totalmente distinto, mucho más romántico y bello. Fueron hablando animadamente hasta la residencia, donde él, se despidió de ella rozándole suavemente con su mano la cabeza. Carla sintió un estremecimiento en todo su cuerpo y le dijo: “Hasta mañana Nacho”.

Fueron pasando los días y se fueron sucediendo los paseos, cada día había una mayor complicidad entre los dos. Por fin, después de diez días Nacho, le habló de Laura; de cómo había roto con ella, de lo tormentoso de aquella relación, que a punto estuvo incluso de hacerle perder su empresa de sistemas de seguridad, ya que llegó a perder todo el aliciente y el sentido de la vida y que por puro azar, afortunadamente,  se había metido en Knight y la había conocido a ella. Puso entonces delicadamente sus manos en la cintura de Carla, la acercó hacia él y la besó suavemente. Carla, le abrazó. Aquello la hizo vibrar, como nunca le había sucedido. Con los ojos radiantes, Carla le dijo sonriente: “¿A tu casa o a un hotel…?”

Nacho la cogió del hombro y encaminaron sus pasos hacia su apartamento en Parque de la Colina. Fueron paseando lentamente, como si el tiempo hubiera dejado de existir. Llegaron cuando ya despuntaba el alba; Carla se sorprendió, el apartamento, estaba impecable, limpio, todo en su lugar, con una pulcritud inusual en un hombre.

Carla le hizo sentar en el sofá y se puso sobre sus rodillas, le rodeo el cuello con sus brazos y le besó en los labios apasionadamente. Nacho le mordió suavemente el labio inferior al tiempo que deslizaba sus manos por el cuello de Carla, con un roce casi intangible comenzó a acariciarle sus hombros. Carla sintió estremecerse su cuerpo, estaba tremendamente excitada.

Lentamente, Nacho le fue desabrochando los botones de su blusa y se la apartó con dulzura, dejando que sus redondos y turgentes pechos asomaran; sus hábiles dedos, sin acercarse siquiera a ellos, se colaron entre la blusa y su cintura y fueron recorriendo su cuerpo con un suave cosquilleo, al tiempo que sus labios rozaban su cuello y sus hombros, para ir bajando lentamente por sus pechos, evitando el contacto con sus pezones, que cada vez estaban más erectos y duros. Siguió mordisqueando con dulzura su abdomen, hasta que su lengua empezó a recorrer el interior de su ombligo, mientras le iba desabrochando sus ajustados vaqueros, haciendo con sus manos que se deslizaran suavemente.

Carla, estaba tan extasiada, que no conseguía moverse, sentía su sexo completamente mojado. Sus ojos cerrados no vieron cuando Nacho, con su boca, empezó a arrancarle su ropa interior, mientras con sus dedos pellizcaba con cierta fuerza sus pezones. La lengua de Nacho, empezó entonces a recorrer con suavidad el interior de sus muslos, después de haberla tumbado sobre el sofá. Entretanto con sus uñas arañaba dulcemente su torso. Carla sintió que estaba al borde del orgasmo y dirigió sus manos al pantalón de Nacho desabrochándolo apresuradamente, al tiempo que le pedía que la penetrara.

Nacho besó con maestría el sexo de Carla y se tumbó sobre ella, haciendo que su miembro rozara durante un largo rato, los labios del lubricado sexo de Carla; luego la penetró y empezó a moverse con una endiablada experiencia, al cabo de unos diez minutos los jadeos de ambos, se convirtieron en auténticos aullidos de placer. Carla nunca había sentido nada parecido.

El clásico sonido del butanero aporreando las bombonas, la devolvió bruscamente a la realidad. Y la realidad era que acababa de salir de la ducha y debía terminar de arreglarse, recoger el charco de agua del suelo y avisar a Nacho que por la noche tenía un canguro en casa de Iván.

CAPÍTULO 2 – IVÁN

Carla, había terminado ya de secarse y arreglarse. También había secado el suelo,  cogió el móvil y se dirigió a la terraza. Desde que empezó a vivir con Nacho, sus horarios habían cambiado. Recuperó nuevamente la costumbre de tomar unos minutos de sol cada día; sentía que el sol la cargaba de energía.

Se tumbó sobre una toalla e iba a llamar a Nacho, cuando una reflexión le vino a la mente. Era realmente curioso como a veces te conduce la vida. Hacía ya tres años que vivía con Nacho. Todo empezó aquella noche, a la que siguieron muchas otras, a un ritmo de una noche sí y otra también; aún no había pasado un mes, cuando Nacho le pidió que se quedara a vivir definitivamente con él, que dejara la residencia. Pocos días después, Nacho le había dicho: “Carla, yo me gano bien la vida con la empresa de seguridad y la verdad es que no me gusta demasiado, que sigas trabajando en Knight. ¿Por qué no lo dejas?” A lo que ella le respondió: “No te sepa mal, Nacho, pero necesito tener independencia económica. Cuando encuentre otro trabajo, lo dejaré”. Aunque a Nacho, no pareció gustarle demasiado, respetó la decisión de Carla y no insistió.

Había pasado menos de un mes desde aquella conversación, cuando en la Escuela de Artes y Oficios, el profesor de modelado, al acabar la clase, les dijo: “Mañana, vendrá a dar una charla un buen amigo mío, Iván Kirkoff, como sabéis es un artista americano, que hace siete años se afincó en España. Creo que sus criterios, pueden resultaros de utilidad”.

Al día siguiente, Carla había acudido a clase con mucho interés. Aunque ella no le conocía, Iván Kirkoff, gozaba de mucho prestigio. Sus esculturas, tenían una magia especial, parecían gozar de movimiento. Eran una extraña mezcla del realismo de Miguel Ángel y del vigoroso vanguardismo de Henry Moore. También sus pinturas y sus cerámicas tenían gran calidad, pero lo que a ella realmente le fascinaba, eran aquellas fabulosas esculturas, que se le antojaban un auténtico poema visual.

Cuando entró en el aula de modelado, Iván Kirkoff, ya estaba allí. Era un hombre de unos cuarenta y dos o cuarenta y tres años, alto, moreno y con ese especial atractivo que confiere la mezcla del dinamismo y la sencillez. Al pasar dos minutos, justo a la hora de comenzar la clase, Jorge Granero, el profesor de modelado, presentó a Iván y le cedió la palabra.

Iván comenzó la charla diciendo en un correctísimo castellano: “Hace siete años, vine a Madrid para el vernissage de una exposición, que había organizado mi marchante. El clima, la luz y la hospitalidad de esta ciudad, me impresionó hasta tal punto, que decidí comprar una casa, para pasar en ella algunas temporadas. Busqué durante unos días, hasta que cerca de Colmenar Viejo, encontré una que me encantó, hasta el punto, que tal vez también influido por vuestra excelente gastronomía, decidí fijar aquí mi residencia. Regresé a Estados Unidos para recoger a mi mujer Eugène, la convencí y nos vinimos. No sé si es el clima, la comida o la tranquilidad de vuestro país, que desde entonces, hemos tenido dos hijos. Algo que parecíamos tener vetado en nuestro país…”

Los alumnos sonrieron y siguieron escuchándole.

“Pensaréis, que por que cuento todo esto. Bien fundamentalmente para deciros que desde que trabajo aquí, tengo mayor inspiración y sentimiento. Es por ello que tengo el convencimiento de que este país tiene algo especial, que produce sangre de artistas y como creo que el arte es algo que se tiene o no, solo voy a comentaros un par de truquillos, para dar movimiento a la escultura, pero prefiero ir viendo vuestro trabajo y sobre él, comentaros mis impresiones”.

Iván, estuvo hablando durante unos minutos más de perspectiva, de volumen y de movimiento y a continuación, uno por uno, fue recorriendo los caballetes de modelar de todos los alumnos, dándoles algún que otro consejo. Al llegar frente al de Carla, mostró un especial interés. Observó aquel busto de barro desde distintos ángulos, desde diferentes distancias… Luego, dirigiéndose a Carla, le dijo: “Muchacha, es francamente bueno. Tienes algo especial, tienes esta sangre de artista que comentaba antes”.

Carla, completamente ruborizada, contestó en voz queda: “Muchas gracias. Es usted muy amable”.

“No se trata de amabilidad”, replicó Iván, “tengo la absoluta certeza, de que tienes un gran porvenir. La tengo hasta tal punto, que si te interesa, voy a hacerte una proposición. Sabes que mis piezas de modelado y de cerámica, son exclusivas; pero, además, tengo con otro socio, un taller de modelado y cerámica, para producir pequeñas series de piezas de alta calidad. Ven a verme el día que quieras y hablaremos de una colaboración. Piensa, además, que es un trabajo, que si lo prefieres podrás hacer en tu casa y si resulta bien, puedes ganar bastante dinero”.

Carla, sentía que sus piernas flojeaban. No podía dar crédito a lo que oía y con un hilo de voz acertó a decir: “Si le va bien, vendré el lunes…”

Iván asintió y prosiguió su periplo por el resto de los caballetes. A partir de este momento, a Carla le parecía estar viviendo un sueño, las imágenes eran distantes, difusas. Las voces le parecían inaudibles, ininteligibles…

Iván, entretanto, había regresado a la tarima, donde dio las gracias por la atención, que le habían prestado y se despidió.

Una vez se fue, Jorge Granero, felicitó a Carla y les dijo a todos que se tomaran el resto de la tarde libre.

Carla se fue a casa, estaba flotando, como en una nube, estaba deseando que regresara Nacho, para contarle lo sucedido.

Oyó la llave girando en la cerradura y a toda prisa, se fue hacia la puerta. Casi sin dejarle cruzar el umbral, se lanzó al cuello de Nacho y le abrazó con fuerza al tiempo que iba dando saltos de alegría. “Nacho, Nacho” dijo alborozada, “Sabes, casi seguro que dejaré de trabajar en Knight. Creo que he encontrado un trabajo. Te quiero, te quiero…”

“Fantástico preciosa”, respondió divertido Nacho, “pero déjame entrar y me lo cuentas”. Carla sin dejar de abrazarle, lo llevó hacia el sofá, hacia aquel sofá que tan bien conocía su historia, le hizo sentar y se sentó en su regazo. “Mira Nacho”, prosiguió, “hoy en la Escuela, nos ha visitado un escultor americano, que vive en Colmenar y me ha ofrecido trabajo…”.

Nacho, sin poder reprimir una expresión de asombro dijo: “Dios mío, ¿no será Iván Kirkoff?”. Carla, aún más asombrada, respondió: “¿Le conoces?”

“¿Qué si le conozco?”.  “Este hombre, además de un buen amigo, es casi como mi hada madrina. Su aparición en mi vida fue casi un milagro. Tenía yo veintidós años y estaba estudiando electrónica en la Facultad. Hice un diseño de un sistema de alarma y seguridad, que presenté a un concurso de jóvenes inventores. Él,  por aquel entonces había comprado su casa de Colmenar y por pura casualidad,  pasó por la exposición de inventos. Quedó tan fascinado con mi proyecto, que no solo me lo compró para instalarlo en su casa, sino que me financió la puesta en marcha de mi empresa y ahora providencialmente, aparece nuevamente en mi existencia”. “Es increíble”.

Carla, se quedó boquiabierta. Tantas casualidades, parecían algo insólito. Aquella noche, después de hacer el amor con Nacho, se durmió con la seguridad de que Alguien mueve los hilos…

El lunes siguiente, Nacho acompañó a Carla a casa de Iván. Quién tampoco podía dar crédito a lo acontecido. Hablaron largo rato, Iván le presentó a Carla a su mujer, Eugène y a sus dos hijos David y Jennifer, unos simpáticos diablillos de cinco y cuatro años. Aquel día, además de iniciar una relación comercial, Carla entró a formar parte del círculo de amigos de Iván y su familia.

Por eso, cuando Iván y su mujer, tenían un compromiso social, llamaban a Carla para que cuidara a los críos y aunque ella no quería cobrar, él se empeñaba en pagarle, a pesar de que sabía muy bien el dinero que Carla ganaba con los diseños, que él mismo le encargaba.

Una súbita ráfaga de viento y una inoportuna nube cubriendo el sol, sacaron con brusquedad a Carla de su ensimismamiento. Un ligero estremecimiento recorrió su cuerpo, cuando el sol se ocultaba, aún hacía un poco de fresco. Carla miró su reloj, ya eran casi las doce, debía llamar a Nacho y avisarle que aquella noche iría a cuidar a los niños de Iván…

Conectó el móvil y empezó a pulsar 672.43.3….. Al otro lado, la voz de Nacho, respondió:

“Dígame…”

“Hola cariño, soy yo. Te llamaba para avisarte que esta noche, Iván me ha pedido que le cuide los monstruitos. He quedado con él, que llegaría a las ocho. ¿Me podrás llevar…?”

“Claro que sí, Carla, pero hoy no podré quedarme contigo. Yo también iba a llamarte, precisamente esta noche, he de hacer las pruebas de la instalación del sistema de alarma y seguridad, que hemos colocado en la Caja, para dejarlo conectado para mañana y desinstalar el antiguo…”

“Bueno, ya dicen que no hay mal que por bien no venga. Hubiera sido mucho peor, que no hubiera coincidido. Dos noches seguidas sin sentir el tacto de tu piel, tu olor…, ya hubiera sido demasiado… ¿Vendrás a comer este mediodía?”

“Sí, amor mío, pero no prepares nada, porque con todo el follón de esta instalación, no sé seguro a qué hora llegaré… Posiblemente vendré alrededor de las tres. Ya traeré yo una pizza”.

“De acuerdo cariño. Hasta luego…”

Carla, decidió aprovechar el resto del día, para terminar unos bocetos para la decoración de un nuevo diseño de vajilla, en la que estaba trabajando y luego, antes de marchar a casa de Iván, compraría algún libro para pasar la noche. Aunque Iván siempre le decía, que podía acostarse tranquilamente y dormir, ella prefería estar despierta, no estaba acostumbrada a cuidar niños y temía que pudiera pasarles algo… y más en aquella casa, que quedaba bastante aislada…

El tiempo transcurrió casi sin sentir, Carla, estaba completamente enfrascada en su trabajo, cuando los labios de Nacho, besando su cuello le sobresaltaron…

“Hola vida mía… ¿Comemos? La pizza está caliente…”

“Menudo susto me has dado. No te he oído entrar”, replicó Carla. “Enseguida pongo la mesa…”

“De acuerdo, entretanto, me doy una ducha rápida…”

“Vale…”

Durante la comida, como de costumbre, charlaron animadamente, afortunadamente ninguno de los dos sentía la necesidad de alienarse con la tele. Tomaron un café y Nacho, un poco apresurado, se despidió:

“Te paso a recoger a eso de las siete, para llevarte a casa de Iván”. Le dio un beso en la punta de la nariz y se dirigió a la puerta.

“Te estaré esperando”, le dijo Carla, mientras le acompañaba al ascensor…

Carla se sentó nuevamente ante su mesa y siguió trabajando. Cuando terminó, miró su reloj y sintió un leve sobresalto. Eran ya las seis y cuarto y aún no había ido a comprar el libro, debía todavía arreglarse. Nacho era muy puntual y si una cosa podía sacarle de quicio, era tener que esperar.

Se dirigió rápidamente al cuarto de baño, tomó una ducha con rapidez, se pintó los labios y los ojos y se vistió. Aquel body amarillo y los vaqueros negros ceñidos, resaltaban aún más su hermosa figura. Se puso la chaqueta tejana, cogió su bolso y apresuradamente se dirigió a la puerta. Eran ya las siete menos diez, no tendría demasiado tiempo para elegir el libro. Apresuradamente tomó el ascensor y se fue casi corriendo a la papelería de la esquina…

Solo entrar, en el expositor de la izquierda, un libro le llamó poderosamente la atención. Las cubiertas eran negro azabache y unas fantasmagóricas letras plateadas, configuraban el título: “Pequeños escalofríos”. Sonrió, había estado de suerte, Nacho no tendría que esperarla. Pagó, introdujo el libro sin envolver en su bolso y encendiendo un cigarrillo, se dirigió pausadamente hacia el portal de su casa…

Estaba llegando a la puerta, cuando el claxon del coche de Nacho sonó. Ella entró con rapidez y le dio un beso…“Me encanta tu puntualidad”, dijo Nacho, “mejor aún, me encanta todo en ti”. Dicho esto enfiló hacia la Castellana, para enlazar con la pista de Colmenar…

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