El Carro de la Basura

RELATOS CORTOS – EL CARRO DE LA BASURA

El Carro de la Basura – 26 de septiembre de 1956

Esta tarde, es una tarde mágica. Además de ser mi cumpleaños, es viernes y ya no iré al colegio hasta el lunes.

Mi madre me ha recogido en la escuela y nos vamos a casa. Merendaré y después bajaré a la calle hasta las ocho y media. Casi frente a la puerta de la escalera, mis amigos me dicen que baje lo antes posible para montar los dos equipos para jugar al fútbol.

Al cabo de diez minutos, después de comer pan con aceite y azúcar, troto por la escalera para llegar abajo lo antes que pueda. Llevo conmigo periódicos viejos y trozos de cuerda, que servirán para hacernos la pelota para jugar. Hoy me tocaba a mí bajarlos y mi madre ya me los tenía preparados.

Me ha dicho que hoy no suba más tarde de lo convenido, porque ha preparado una tarta para celebrar mi cumpleaños. Estoy contento, porque las hace muy buenas.

Sabré que es el momento porque es cuando pasa el basurero, con su carro tirado por un caballo el cual, lleva colgado del cuello un saco lleno de algarrobas que va comiendo durante su andar cansino o mientras se para en cada portal.

Preparamos la pelota que, a falta de una de verdad, nos parece maravillosa. Pedro y yo, hoy, seremos los capitanes y quienes elijamos a los que jugarán en cada equipo. Tiro al aire mi moneda de cinco céntimos, que decide que yo elijo primero.

El Carro de la Basura. Foto ©Josep Cortinas (blog Joan Vendrell i Campmany)
El Carro de la Basura. Foto ©Josep Cortinas (blog Joan Vendrell i Campmany)

Elijo al que creo que es mejor jugador y a continuación Pedro escoge al siguiente y así hasta que terminamos de repartírnoslos.

Jugamos en medio de la calle y ponemos unas piedras para marcar las porterías… solo se protestarán los goles si la pelota vuela demasiado alta…

Muy de vez en cuando tenemos que parar el juego, para dejar pasar a uno de los escasos vehículos que circulan. Esa tarde, hasta ahora que ya vamos 6 a 4, solo ha pasado uno.

Quien más quien menos chorrea sudor y emana alegría… jugamos, a lo que sea, pero lo importante es que jugamos de verdad, nos abrazamos, discutimos y a veces hasta nos peleamos, pero es el momento más esperado del día…

Justo entonces oigo el sonido de la trompeta de latón del basurero que, por la calle San Vicente, se acerca a la esquina de mi calle… Sé que casi es la hora de subir a casa, pero apuraré hasta el último minuto, quiero ganar por más diferencia… a ver si en unos minutos hacemos el 7 a 4.

Justo cuando consigo meter el gol que ansiaba, tenemos que desarmar las porterías para que el basurero pueda llegar a mi portal, entonces empieza a chispear.

El carro se detiene frente a mi casa y el hombre toca su trompeta. Las vecinas comienzan a bajar con sus destartalados cubos de chapa oxidada llenos de basura.

El hombre los va vertiendo en su enorme capazo de esparto que, al llenarse, vaciará en uno de los seis compartimentos de su carro de chapa de color verdoso. Repetirá la operación hasta que todas las vecinas los hayan vaciado.

Luego subirá al pescante, se sentará en su asiento, cogerá el azote hecho con una varilla de madera y cuerda trenzada, para azuzar al caballo y reemprender la marcha hasta la siguiente parada.

Miro la escena con atención, los caballos me fascinan y me molesta cuando veo que los golpean. Entonces, con esfuerzo, el animal trata de mover el pesado carro pero sus pezuñas herradas resbalan sobre los mojados adoquines de mi calle… El basurero insiste con su látigo, mientras dice: “¡arre, hijo de p…!”

Creo que eso es a lo que se refiere mi madre cuando me dice que no hable como un carretero… El pobre animal se esfuerza, finalmente pierde el equilibrio hasta caer al suelo…

El basurero salta de carro, que casi se ha volcado y se acerca al viejo caballo… al ver que no parece herido y que mueve sus patas le desata las cinchas que le unen al carro y sujetándolo por las riendas lo fustiga y le grita para que se levante…

Después de varios golpes y un sinfín de palabrotas el cuadrúpedo logra erguirse y es nuevamente sujetado a su pesada carga… Una de sus anteojeras ha quedado torcida y me parece ver una lágrima en su ojo, que me deja rota el alma… El basurero la coloca en su lugar.

Entones el percherón me mira y relincha mientras comienza a andar. Me parece que ha  notado mi desazón y me confirma que está bien… Subo raudo a casa, mi madre me abre sonriente, la tarta ya está sobre la mesa y mi padre está ya sentado en ella…

El Carro de la Basura – Serie relatos cortos – Copyright © Montserrat Valls y Juan Genovés