RELATO CORTO EL DESTINO NOS HA ALCANZADO

EL DESTINO NOS HA ALCANZADO

Héctor había adelantado la vuelta de sus vacaciones un par de días al habérselo estropeado su móvil. Por su trabajo debía estar siempre localizable, por lo cual no le quedó más remedio que regresar.

Llegó en viernes por la mañana y lo primero que hizo es ir a una tienda para adquirir un nuevo dispositivo. De hecho, el viejo tenía cinco años y ya tocaba, en el momento actual eso es mucho.

Al llegar a su casa cambió el SIM de dispositivo y transfirió todo el contenido del viejo móvil a su última adquisición. No tuvo problemas, todo parecía funcionar con normalidad. Se sentó en su sofá frente al televisor y se dispuso a visionar por enésima vez “Cuando el destino nos alcance”.

Esta película de 1973, a pesar de haberla visto tantas veces, seguía provocándole inquietud… tal vez porque parecíamos andar hacia un futuro de devastación ecológica y hambruna como el que cuenta este film.

EL DESTINO NOS HA ALCANZADO
EL DESTINO NOS HA ALCANZADO
De pronto a mitad de la película se detuvo la reproducción. Trató de limpiar el disco y los lectores del DVD, pero se dio cuenta de que el disco había muerto. Como era una de sus, por llamarla a la antigua usanza, cintas favoritas se puso a buscar por Internet donde adquirirla nuevamente.

Poco después, la localizaba en una tienda virtual especializada en títulos antiguos, Héctor la puso en la cesta de la compra y se dispuso a pagarla con la tarjeta de crédito PASE de los hipermercados Rotonda. Sacó su tarjeta de la cartera y comenzó a teclear los datos. Finalmente completó la operación y la plataforma de pagos le indicó que debía completar la validación desde su aplicación PASE.

Habitualmente solía llegarle un SMS o una notificación push de manera casi inmediata, pero esta vez no llegaba. Se dispuso a abrir la aplicación por si tenía la notificación en la misma y completarlo desde allí.

Al ingresar su usuario y contraseña, como siempre, le pidió un código de validación que le debía llegar por SMS. Llegó casi de inmediato, lo introdujo y, para su sorpresa dado que hacía años que la tenía, le pidió que activara su clave de verificación. Hizo clic en el botón activar y se le anunció la llegada de un SMS con un código que le permitiría crearla… Este SMS jamás llegó.

Repitió varias veces la operación. Desinstaló incluso la aplicación, la descargó nuevamente desde Play Store y la instaló. Repitió por enésima vez los mismos pasos, con idéntico resultado.

Se dispuso a llamar a los servicios financieros de Rotonda, que eran los emisores de la tarjeta PASE, para solucionar el problema.

Después de buscar por Internet el teléfono, llamó esperando una solución inmediata para el inconveniente que estaba sufriendo.

Una locución le pegó el rollo típico de que esta conversación, por razones de seguridad sería gravada, etc. A continuación, soltó otra diatriba relativa a sus derechos de protección de datos, indicándole así mismo la web donde podía leerlos todos y, por último, como acceder a los mismos en caso de desearlo.

Habían pasado más de un par de minutos cuando después de todas estas locuciones, la voz mecánica le pidió que tecleara los números de su DNI. Acto seguido la locución relató los números que había entrado añadiendo además la letra distintiva, para continuar diciendo: “Si este número de DNI es correcto, pulse 1, en caso contrario pulse 2…”

Héctor, ya con cierto cabreo, pulsó 1. A continuación siguió la tortura, la voz continuó enumerando las distintas opciones asociándolas con un número que debía teclearse. La que más se parecía era la de “consultas sobre su tarjeta”. Pulsó el número y la voz, impávida, añadió: “Explique brevemente lo que necesita…”

Tratando de ser lo más concreto posible, el hombre ya bastante harto dijo: “Problemas para configurar la aplicación PASE…”

La detestable voz, sin piedad, simplemente dijo: “Lo sentimos, en este momento no podemos atenderle, vuelva a llamar dentro de un momento…” y empezó a oír el sonido de comunicar…

Con una sensación de impotencia y cabreo mayúsculo, repitió el desquiciante proceso hasta en 20 ocasiones. En la última de ellas en lugar de decir lo de la configuración, dijo simplemente: “hablar con un humano…”

La voz, impertérrita, respondió: “Entendemos que desea hablar con un agente…”, durante un instante el rostro de Héctor se iluminó, pero su alegría duró muy poco, ya que a continuación la voz concluyó: “En este momento no podemos atenderle, vuelva a llamar dentro de un momento…”

El hombre, generalmente pacífico, por un momento deseó estrangula al hijo de su madre, que había inventado esta mierda de locuciones que, encima de suprimir puestos de trabajo, suelen dejarte siempre con el culo al aire.

Trató de calmarse y decidió buscar otra forma de conectar con los mencionados servicios financieros y, finalmente, halló un formulario web. Con cierta euforia, rellenó todos los datos que pedía y explicó el motivo de su consulta. Una vez completado, ufano, pulsó el botón “enviar”. Un instante después apareció un mensaje en la pantalla que decía: “Vaya, parece que se ha producido un error al enviar el formulario. Vuelva a enviarlo después de recargar la página.

A punto ya de romper su ordenador, Héctor lo probó varias veces con idéntico resultado. Casi sumido en la desesperación, al borde de la depresión y del estrés, decidió no rendirse y siguió buscando opciones de contactar…

¡He encontrado un chat! Gritó exultante. Llenó los datos en el mismo, añadió su consulta y tal como se le pedía la dirección de email que tenía registrada con ellos. Lo envió y… ¡Eureka! Pareció que funcionaba bien.

Contempló la pantalla con expectación esperando la respuesta, cuando en su móvil recibió la notificación de un email. Lo miró y era la “amable” respuesta a su chat, que decía: “Hemos recibido su comunicación, el departamento correspondiente, le contestará por email lo antes posible…”

Casi con lágrimas en los ojos, continuó su investigación para tratar de contactar con este blindadísimo servicio financiero y, contra todo pronóstico, encontró un email atencionalclientesfr@rotonda.es. Ni corto ni perezoso, redactó su email, incluyendo ciertas ironías, como que había puesto una vela a Santa Rita, la abogada de los imposibles, para que se solucionara su problema…

Un par de minutos más tarde un nuevo email se sumó a su desencanto. Le respondía también un sistema automático en el que se le decía que no se podía tener en consideración su email, dado que solo aceptaban emails que estuvieran en su registro y firmados con certificado digital.

Héctor levantó la pantalla de su ordenador, a punto de estamparlo contra la pared, pero respiró profundamente y se contuvo, eso sí, sin poder evitar pensar tal vez por influencia de la película que había intentado ver, que ya el destino nos ha alcanzado…

Se sentó nuevamente en el sofá, preso de desolación, cuando su mente se iluminó. Recordó que en los hipermecados Rotonda tenían un servicio de atención al cliente atendido por personas… personas de verdad, aunque parezca mentira…

Sin perder más tiempo, miró su reloj… Se habían hecho las 7 de la tarde y con todo este jaleo ni siquiera había comido… pero daba igual el hipermercado cerraba a las 10 de la noche y quería dejar zanjada esta sinrazón…

Cogió su moto y, raudo, se fue para allá… no había demasiada gente en la atención al cliente… por mucho que tarden, pensó, será más llevadero que la mierda del servicio de atención no humano.

Un par de minutos después, una de las personas que se ocupaban de atender a los clientes, concretamente una joven se dirigió a él diciéndole: “¿En qué puedo ayudarle?

Héctor relató su odisea y la chica, con cara de pensar que estaba exagerando, con enorme amabilidad, le pidió que repitiera el proceso de abrir la aplicación. Con resignación, él así lo hizo obteniendo idéntico resultado. Tal vez pensando que estaba haciendo algo mal la chica le pidió si dejaba que lo intentara ella. Le pasó el móvil sin más dilación, pensando para sí mismo, “prueba, prueba, que tu eres más lista que yo”

Es raro dijo ella pasados unos minutos tratando de seguir los mismos caminos que había recorrido el pobre Héctor quien, nuevamente empezaba a perder la paciencia, dijo: “mire, yo no tengo ninguna prisa. Voy a estar aquí hasta las 10 esperando que alguien lo solucione y creo que, si para esa hora aún no se ha solucionado trataré de impedir que cierren…”

La joven esbozó una sonrisa forzada y se dirigió al teléfono. Alguien humano le respondió. Ella se identificó como trabajadora del establecimiento. Desde el otro lado le respondieron algo y ella, tapando con la mano el micrófono del teléfono le dijo: “es de servicios financieros desde nuestra línea interior. Van a mirar que pasa con su cuenta.”

No había pasado ni un minuto cuando le dijeron que la cuenta estaba bloqueada, no sabían el porqué, aunque podía ser una anomalía que se había producido al pasar los datos de un dispositivo a otro. La iban a desbloquear y que pasados cinco minutos repitiera los pasos y ya no tendría problemas.

Héctor dijo: “Vale, pero lo haremos aquí. Yo ya no me creo nada.

Pasados los cinco minutos empezó nuevamente con la operación y entonces sí, pudo completar la creación de una nueva clave de validación móvil cuando le llegó el SMS con el código de seguridad.

La chica le dio las gracias por su paciencia y comentó que eso de las máquinas hace perder la paciencia a todo el mundo en uno u otro momento.

El hombre asintió y dándole a su vez las gracias le devolvió la sonrisa sin poder evitar pensar que no había derecho que algo que se podía solucionar en minutos, le hubiera hecho perder un día de su vida. Solo para que una empresa como Rontonda, se ahorrara algunos salarios a cambio de dejar en muchos casos a los clientes en una desesperante zona muerta.

Todo parecido con hechos reales, NO es mera coincidencia.

Cuando el Destino Nos Alcance – Serie Relatos Cortos – Copyright ©Montserrat Valls y ©Juan Genovés

Más relatos cortos

Algunos de nuestros libros

Deja un comentario